Cuatro Días en el Río Baker – Capítulo 2: La Gente

casita 1

Cuando yo digo que esta parte de Chile es remota, quiero decir realmente remota.

Durante los cuatros días del viaje en el Baker, quizás vimos diez casas a lo largo de las orillas y tres de ellas estaban abandonadas. Visitamos cuatro de ellas, por varias razones: para pedirles permiso de pasar por la propiedad para que Brian pudiera sacar muestras de agua; para preguntarles si tenían un radio (nunca mencionamos el internet, el teléfono, ni el servicio de celular); o simplemente para bajarnos del bote y estirarnos. A pesar de nuestro propósito, todas las personas que conocimos eran acogedoras, generosas y amables.

   la primera casita que visitamos

La visita que más sobresale en mi memoria fue la hora que pasamos con una madre y su hijo, Julia y José, el último día del viaje, el más largo y más lluvioso de todos. Estuvimos en el río por dos horas, remando en la lluvia constante y sin fin.  Cerca de nuestra posición el mapa indicaba un “pueblito” donde decidimos bajar para descansar.  Este “pueblito” era, en realidad, cinco pequeños edificios de madera, todos aparentemente abandonados.  La niebla, el silencio y la hierba de un verde brillante crearon un paisaje fantasmagórico y al mismo tiempo hermoso.

Después de deambular por un rato, descubrimos una casita que nos pareció habitada.  (Los perros ladrando afuera nos dieron una señal obvia).  Minutos más tarde, un hombre abrió la puerta y con indecisión caminó hacia afuera.  La primera cosa que hizo fue disculparse por tardarse tanto tiempo en encontrarnos. “Dormíamos, todavía dormíamos”, él nos dijo. ¡Por supuesto! Si salimos del campamento a las siete esa mañana, así que solamente eran las nueve.

Aunque fueron despertados de manera tan brusca por cuatro desconocidos empapados y temblando de frio, José y su mamá, Julia, nos instaron a entrar en la casa e inmediatamente pusieron la leña en la estufa para que pudiéramos calentarnos y secarnos.  Para la próxima hora, tomamos mate y conversamos con ellos sobre muchos temas.  Julia ha vivido ahí toda su vida, nació en 1939, y su familia siempre ha trabajado en la industria local de cosechar los árboles ciprés.  Les preguntamos su opinión del HidroAysén (“puede ser bien, puede ser mal, vamos a ver”), ¿cuántos años tiene su panel solar? (“casi 15 años y todavía funciona bien. Lo usamos para el radio, es más importante que la luz”), su familia (“algunos viven cerca pero ahora muchos ya están en pueblos más grandes, como Cochrane”), y por supuesto, el clima (“no recuerdo un verano con tanta lluvia, algo no está bien”).

La estufa, el mate y la gente, todos nos calentaron rápidamente, pero no queríamos irnos. Además de que José y Julia no querían que nos fuéramos.  Tuvimos que prometerles que los visitaríamos otra vez en el próximo viaje por el río Baker.  Hablamos de José y Julia durante el resto del día, pues su amabilidad y hospitalidad nos impresionaron mucho.

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   la ultima casa que visitamos

Otro encuentro que literalmente salió del bosque y también me causó una buena impresión.

Brian Reid ha hecho este viaje en el Baker 11 veces y él me dijo que, aparte de la gente local que vive en las casitas al lado del río, él nunca ha visto otra persona en este lugar.  Esa es la razón por la cual todos estuvimos tan sorprendidos en la mañana del tercer día, cuando un grupo de cuatro personas se nos acercaron:  un hombre, una mujer, su hija de diez años y su guía.  Ellos estaban cabalgando en el sendero más arriba de la orilla cuando nos vieron en proceso de empacar el bote para el día en el Baker.  Eran curiosos, muy simpáticos y encantados de encontrar extranjeros visitando a la Patagonia.

Esta familia es de Santiago y viajaban en la región por tres semanas, puesto que los padres querían que su hija, “conociera a Chile.  Realmente conocer a nuestro país y la naturaleza. Creemos que eso es importante.”  La niña era tímida, pero pude ver que ella disfrutaba sus vacaciones.  Cuando les dije que trabajo para NRDC y expliqué que hacemos en los EE. UU. y en Chile, la madre respondió, “maravilloso.  Pero tienen mucho trabajo para hacer acá, ¡y trabajo duro!”  Antes de irnos en el bote conversamos un rato más.  Todos ellos nos dijeron adiós hasta que doblamos por la primera curva y nos perdieron de vista.

    ***

Aunque nunca aprendí sus nombres y la conversación entera llevó menos que tres minutos, el comentario que hicieron los padres sobre la razón para sus vacaciones me impresionó significativamente.  Todavía hoy me impresiona.  He hablado con gente en Santiago quienes expresaron sorpresa cuando expliqué que la Patagonia esta en Chile (“¿Verdad? ¡No! Pensaba que estaba solo en Argentina.”).  Sé que todavía el culto a la naturaleza está en pañales en muchas partes del país.  Así que esta niña, que solamente tiene diez años, representa una nueva generación.  Una generación que estará más consciente de los increíbles recursos naturales de Chile, la cual los valorará en una manera que mucha gente, no hace ahora.

La madre tuvo razón sobre algo más:  nuestro trabajo es maravilloso.  Y es duro. Tenemos mucho por hacer.  Pero cada persona que encontré durante esos cuatro días en el Río Baker me inspiró nuevamente a hacer este trabajo, proteger la Patagonia y salvar tanta belleza para que la próxima generación la disfrute.