Reflexión para el Día de las Madres (y todos los días) sobre el poder curativo del amor y la esperanza

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Durante casi dos décadas, me he dedicado a abogar por el medio ambiente y la salud pública. He sido devota de la Madre Tierra y de todas sus maravillas desde el momento en que, siendo una niña, hundí mis pequeños pies en la fina arena blanca y las aguas poco profundas de la playa El Rodadero, en Santa Marta, Colombia.

Tuve la gran suerte de haber pasado la mayor parte de mi niñez rodeada de las montañas andinas que desembocan en dos océanos y se alimentan de sus mágicos valles, ríos y algunos de los más diversos ecosistemas del planeta.No conté con muchos fondos para viajar, pero Colombia es un lugar donde uno puede tomar un autobús y viajar una corta distancia para salir del centro de una ajetreada ciudad y llegar a un pueblo soñoliento para tomarse un cafecito o jugo de lulo con algún pariente lejano, mientras se mece en una hamaca en el patio escuchando clásicos temas de vallenato y una cacofonía de canciones forestales.

Nunca subestimé los ricos recursos de sustento de nuestra Pachamama (o Madre Tierra), ni su belleza que purifica el espíritu. Mi pasión por admirarla y protegerla vivía tan profundamente dentro de mí que me comprometí en mente, alma y tiempo a ayudar a crear un camino sostenible en el cual podríamos disfrutar de un equilibrio balanceado que incluyera a todas las especies y ecosistemas.

Asi fue hasta que nació mi hijo hace 11 años y como la historia de cualquier madre, desde ese extraordinario día, ocurrió una completa transformación dentro de mi ser que cambió mi perspectiva de la vida. Mi hijo se convirtió en mi ancla a este mundo y el prisma por el cual veo sus defectos y glorias. Se convirtió en el regalo más cautivante y fascinante de la Madre Tierra, y mi mayor fuente de alegría, risas y plenitud. Se convirtió en la base de mi pasado y el ímpetu de mi futuro.

Es por él que me ha preocupado el ritmo acelerado con el cual estamos perdiendo el equilibrio de la vida en la tierra debido a nuestra incesante contaminación, destrucción y al mal manejo de los recursos naturales  --  entre ellos nuestro aire, agua, ecosistemas y biodiversidad. Lo que antes veía como sucesos abstractos que tenían efectos catastróficos en la existencia humana en una cronología remota, tales como malas condiciones de salud y calidad de vida para futuras generaciones, es hoy el horizonte inmediato que acecha el destino de mi hijo.

Es también por él que he decidido no meter la cabeza en un hoyo ni lanzar las manos al aire y dejar su destino en manos de los demás. En lugar de hacerlo  --  armada con el amor, la esperanza y la ferocidad de una madre abnegada  --  he prometido luchar y protestar para crearle un futuro en el cual pueda ser una persona saludable, productiva y feliz. Me he comprometido a enseñarle a respetarse a sí mismo, a los demás y a los sistemas naturales que nos proveen vida.

Por esto exhorto a todas las mamás a unirse a la lucha por reducir nuestra exposición a químicos tóxicos dentro y fuera de nuestros hogares, así como también por reducir el desperdicio de recursos, ponerle fin a nuestra dependencia de los combustibles fósiles, y proteger nuestra fauna y tierras salvajes.

En este y todos los Días de las Madres evoco una bendición y una plegaria a nuestra Pachamama para que nos dé la fortaleza y la sabiduría para sanar y preservar su patrimonio natural, por nosotros y por nuestros hijos.