El derrame del campo Macondo: un realismo trágico

Macondo ya no es sólo el nombre del mundo fantástico representado por Gabriel García Márquez en su cuento de realismo mágico, Cien Años de Soledad. Sorprendentemente, también es el nombre del campo de petróleo debajo de lo que fue una vez la plataforma mar afuera, Deepwater Horizon de British Petroleum (BP), ubicado a 130 millas de Nueva Orleans.

El deseo de cambiar existe en el Macondo ficticio, tal como existe en el Gobierno de Estados Unidos. Por desgracia, en nuestro Gobierno, como en la novela, la naturaleza cíclica de tiempo destaca la tendencia a repetir la historia y la falta del progreso significativo como resultado.

El Macondo del Golfo de México lleva casi mes y medio expulsando una mezcla de crudo y gas natural como si se estuviese desangrando por una herida arterial. Tanto BP como la Guardia Costera y la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA) subestimaron la magnitud del desastre mientras científicos independientes calculan que entre 25.000 y 100.000 barriles escapan diariamente del Golfo, sugiriendo un derrame del tamaño del Exxon Valdez, pero cada tres días. Sin embargo, el gobierno y BP pasaron cuatro semanas rehusándose a revisar sus cálculos de 5.000 barriles diarios porque según ellos, "no importa cuánto crudo esté saliendo" ya que están usando todas sus capacidades para obstruir y limpiar el derrame.  Solo en los últimos días la Guardia Costera aceptó que el derrame podría ser de 19.000 barriles diarios.

El petróleo sigue brotando y las consecuencias más temidas ya se están viendo: un 25 por ciento de la pesca en el golfo ha sido suspendida y el turismo en las costas de Luisiana, Misisipi, Alabama y partes de la Florida  disminuyó hasta un 70 por ciento en las reservaciones para el fin de semana de Memorial Day. Cientos de animales han llegado a las playas muertos, entre ellos delfines y tortugas marinas que están en las listas de especies en peligro de extinción. El gobernador Bobby Jindal pidió urgentemente ayuda federal cuando una marea de crudo espeso penetró los manglares de Luisiana, los cuales son una barrera natural contra los huracanes. La salud de las comunidades costeras peligra ante los gases tóxicos que emanan del petróleo y de los más de 800.000 galones de químicos dispersantes regados en el área afectada.

Solo nos queda esperar que tan serio sea el impacto cuando la corriente del Golfo arrastre el petróleo hacia el sur de la Florida y sus cayos, o más allá de la costa Atlántica, el Caribe, y Cuba.

No hay ninguna razón para ignorar la trágica realidad de la catástrofe que se despliega ante nuestros ojos, ni ningún motivo significativo para continuar a repetir la historia ignorando los muy reales riesgos de perforación mar adentro.  Nuestras costas seguirán en riesgo mientras continúen las operaciones de exploración y explotación bajo el control de una industria motivada por ganancias sin importar sus límites legales y tecnológicos. Tampoco pinta bien que las entidades federales encargadas de regular esta industria, como el Servicio de Manejo de Minerales (MMS), continúen enredadas en escándalos de conflictos de interés e ineptitud. Y ni hablar de cuan incierto será el futuro mientras la mayoría en el Congreso y el electorado estadounidense continúe aceptando estos riesgos. 

La lección que debemos tomar de esta terrible situación es clara: o aprendemos de la historia y reconocemos la urgente necesidad de aumentar nuestra eficiencia de combustible y energía, y la necesidad de adoptar fuentes de energía renovables, o seguir pagando el alto costo de nuestra adicción al petróleo cada vez que estos desastres ecológicos, provocados por el hombre, destruyen nuestras comunidades costeras, su economía y nuestros mares. Es hora de que nuestros líderes en el gobierno decidan: nos condenan a repetir la historia o nos llevan hacia un futuro de energía limpia. Es el momento de romper el ciclo vicioso y avanzar con una ley de energía limpia y clima.