Al terminar un año de lucha, comienza otro de completa incertidumbre

En la primera parte de nuestra serie “Pandemia en el trabajo”, una mucama de hotel, un trabajador de comida rápida/gerente de farmacia y un conserje en una escuela primaria comparten sus circunstancias a lo largo del 2020 y sus ansiedades para el 2021.

Credit: From left to right: David Williams, Liliana Hernandez, and Charles Gholston (Miriam Mosqueda, @vientoxsol)

La serie “Pandemia en el trabajo” explora el entorno laboral en la era de COVID-19 a través de las voces de quienes intentan sobrevivir.

Estados Unidos está entrando en 2021 bajo el azote de una pandemia que ha matado a más de 310.000 personas desde la primavera y ha cambiado la vida de casi todo el mundo. A medida que se acerca el invierno sin una vacuna disponible para la mayor parte de la fuerza laboral de EE. UU., el nuevo año continuará con la avalancha diaria de desafíos que acarrea la pandemia. Si se convierte en ley, el estímulo económico que el Congreso aprobó ayer podría convertirse en un salvavidas para los millones de personas cuyos beneficios por desempleo vencerían a fin de mes, y el vacío de ingresos que vendría a continuación.

Según el último informe laboral, el desempleo de larga duración (de más de 27 semanas) alcanzó su máximo en septiembre, un 64 por ciento. En total, 10,7 millones de trabajadores estadounidenses están actualmente sin trabajo, casi el doble de la cifra de febrero, antes de que los confinamientos comenzaran a arrasar al país. Mientras tanto, las tasas de infección y mortalidad por COVID-19 continúan aumentando en todo el país a medida que los hospitales se acercan o alcanzan su máxima capacidad.

“Esta ola de otoño-invierno combina todo lo que vimos en la primavera con todo lo que vimos en el verano”, dijo la coordinadora de respuesta al coronavirus de la Casa Blanca, Deborah L. Birx, a principios de diciembre.

Si bien la tasa de desempleo de noviembre bajó levemente desde el mes anterior al 6,7 por ciento, la mejora estadística viene con una salvedad: refleja al más de medio millón de personas que han dejado la fuerza laboral, aquellos que han dejado de buscar trabajo.

La recesión del COVID-19 golpeó fuertemente a las industrias de bajos salarios, en particular al sector del esparcimiento y la hostelería, lo que representó un tercio de todos los puestos de trabajo perdidos en mayo. Como consecuencia, la mayoría de las personas que trabajan en estas industrias (negros, latinos, inmigrantes, adultos jóvenes y aquellos sin títulos universitarios) experimentaron las mayores consecuencias laborales.

Mientras tanto, millones de otros trabajadores con bajos salarios se encontraron repentinamente trabajando largas horas (a menudo sin suficiente equipo de protección) como trabajadores esenciales en las primeras líneas de la pandemia: nuestros hospitales y farmacias, supermercados y restaurantes, fábricas y almacenes, escuelas y sistemas de transporte público. El miedo a la exposición al virus y la lucha para llegar a fin de mes es una constante en sus vidas. También lo es ser mal pagado y, en su mayoría, subestimado.

Los trabajadores estadounidenses están a punto de entrar en un invierno como ningún otro. Estas son algunas de sus voces.


Liliana Hernández, California

Liliana Hernández se desconcentra pensando en enero. El nuevo año llena de terror a esta mujer de 44 años, porque la extensión final de sus beneficios por desempleo vence a fin de mes. Entonces, Hernández y su esposo, Rodolfo, no recibirán nada. Nada.

“Estamos muy estresados. Algunas noches no dormimos, preocupados por el futuro”, dice. En marzo, Hernández fue despedida de su trabajo como mucama en el lujoso Fairmont Miramar Hotel & Bungalows en Santa Mónica, California, donde tuvo que transportarse tres horas cada día a lo largo de sus ocho años de empleo.

“He trabajado desde que tenía 16 años. En la última recesión, al menos pude trabajar tres días a la semana”, dice, refiriéndose a la Gran Recesión, cuando los niveles de empleos en Estados Unidos cayeron un 5 por ciento entre 2007 y 2009. Por el contrario, las cifras de empleos cayeron un 13,7 por ciento en sólo los primeros tres meses de la pandemia de COVID-19.

Hernández es residente permanente emigrada de México hace 18 años, y pertenece a un grupo demográfico que ha sufrido algunas de las pérdidas de empleo más profundas en los Estados Unidos: las mujeres latinas. Según un estudio realizado por el Pew Research Center en junio, mientras que las mujeres perdieron más trabajos que los hombres en general en los Estados Unidos entre febrero y abril, las cifras de empleo para las trabajadoras latinas, que están fuertemente representadas en el afectado sector de ocio y hospitalidad, disminuyó un impresionante 21 por ciento. “He estado buscando y buscando trabajo, nadie está contratando”, dice.

Rodolfo Hernández perdió su trabajo en un restaurante de Los Ángeles el mes pasado, cuando otro aumento en las infecciones por coronavirus y el número de muertes diarias comenzaron a presionar a los hospitales locales y provocaron otra ronda de confinamientos.

La pareja tiene un hijo de 17 años, Gael, que actualmente estudia desde su casa, en un apartamento que la familia alquila en Hollywood por $1.000 dólares al mes. En marzo, Hernández y su esposo comenzaron a recibir $600 adicionales cada semana en seguro de desempleo a través de la Ley de Ayuda, Alivio y Seguridad Económica para el Coronavirus (CARES por sus siglas en inglés). Durante un tiempo pudieron arreglárselas, pero esos beneficios expiraron en julio.

Hernández luego calificó para los $300 adicionales cada semana durante seis semanas ofrecidos bajo la orden ejecutiva de agosto del presidente Donald Trump. Desde septiembre, ella ha recibido el mínimo estatal de $400 por semana, que apenas cubre las facturas. Hernández visita regularmente un banco de alimentos para ayudar a alimentarse a sí misma y a su familia.

“Mi esposo está acostumbrado a tener dos trabajos. En el pasado, si perdía uno, podía encontrar otro de inmediato. Ahora no hay dónde buscar”, dice Hernández. Las órdenes de confinamiento dificultan mucho la búsqueda de empleo y, en un mercado laboral ajustado, los trabajadores pueden encontrarse con expectativas no razonables y sufrir abusos.

El restaurante que despidió a Rodolfo Hernández en marzo lo hizo volver a trabajar en julio, antes de despedirlo nuevamente en noviembre. “Antes, él estaba limpiando mesas. Después de que regresó, le pidieron que hiciera de todo: limpiar mesas, servir, y lavar platos, por el mismo salario que antes; tres puestos por el sueldo de uno. Dijeron, ‘Tómalo o déjalo, porque alguien más lo va a tomar’”, dice Liliana Hernández, relatando la experiencia de su esposo. “Era así en todos los restaurantes. Los empleadores sabían que se podían aprovechar”, dice.

Hernández le da crédito a su sindicato, Unite Here, por facilitar su experiencia posterior al despido ayudándola a obtener una cobertura de seguro de salud extendida y conectando a sus miembros con cualquier asistencia por coronavirus que esté disponible. Pero esta asistencia terminará pronto.

“Millones de personas en todo el país enfrentan situaciones desastrosas”, dice. “Si el gobierno no aprueba otro proyecto de ley para ayudar a los empleados que están sin trabajo, nos enfrentamos a la falta de vivienda”.


David Williams, Michigan

La diferencia en cómo sus dos empleadores manejaron la pandemia fue como la historia de dos ciudades, dice David Williams, de 19 años.

Este joven de la Generación Z ha trabajado desde los 14 años, cuando consiguió su primer trabajo a través de un programa de empleo juvenil de verano. Desde entonces ha trabajado en una cafetería de batidos, un Burger King y una tienda de segunda mano. Cuando la pandemia llegó la primavera pasada, Williams tomó turnos como gerente con Rite Aid, ganando $13.50 por hora, y como miembro del equipo en McDonald's por $10 la hora. Dice que su experiencia en McDonald's durante la pandemia “fue una pesadilla”, pero le encantaba su trabajo en Rite Aid aunque se sintió desilusionado cuando tuvo que dejar la cadena de farmacias.

En agosto, Williams se mudó a un nuevo apartamento en Detroit, donde paga $800 de alquiler mensual. “Antes, podía caminar al trabajo desde donde vivía. Me mudé muy lejos y no tengo transporte confiable”, dice.

Al principio de la pandemia, muchos de sus colegas en el McDonald's donde Williams todavía trabaja no estaban interesados ​​en trabajar en primera línea ganando el salario mínimo.

“Fue terrible. Mucha gente renunció. Muchos llamaban diciendo que no venían. No tenían suficiente personal, por lo que a la gente que estaba dispuesta a trabajar la hacían trabajar hasta el cansancio”, dice. “No estábamos recibiendo el PPE [equipo de protección personal] adecuado. No nos dieron máscaras ni guantes, y no estaban haciendo controles de temperatura cuando entrábamos por la puerta como se suponía que debían hacerlo”.

Siguieron horas de trabajo inestables y recortes drásticos en horarios e ingresos. Lamentablemente, Williams se halla entre los cuatro grupos demográficos que han sufrido la mayor cantidad de pérdidas de empleo y recortes salariales relacionados con la pandemia: es negro, tiene entre 16 y 24 años, no tiene un título universitario y trabaja en una industria de bajos salarios. Históricamente, los miembros de cualquiera de estos grupos han experimentado posiciones inseguras en el mercado laboral y una débil seguridad financiera. El efecto de la pandemia en la economía ha exacerbado estos dos desafíos, que también se agravan mutuamente.

En la primavera, uno de cada cuatro trabajadores en el grupo de edad de Williams perdió su trabajo, debido, en parte, a los impactos de los cierres en los restaurantes y otros sectores de servicios que emplean a una fuerza laboral más joven.

En los primeros seis meses de la pandemia, uno de cada cinco de todos los trabajadores estadounidenses experimentó un recorte salarial debido a la reducción de horas o la demanda de trabajo. Para los trabajadores de bajos ingresos, esa estadística fue uno de cada cuatro, con casi un tercio de ellos luchando para pagar su alquiler o hipoteca.

“Estaré agendado para trabajar 30 horas a la semana, pero con suerte trabajo 20, porque siempre nos envían a casa cuando está lento o algo así”, dice Williams, cuyos ingresos lo califican para Medicaid.

“McDonald's no nos está pagando un sueldo de trabajador esencial. No obtenemos nada por estar allí y arriesgar nuestras vidas. El Departamento de Salud les ha multado por no cumplir con el uso de las máscaras, pero no les importa”, dice Williams.

“En Rite Aid, fue muy, muy diferente. Nos dieron un aumento de $3 al comienzo de la pandemia. Nos dieron mascarillas, desinfectante de manos y botiquines de salud. Enviaron paneles de vidrio de inmediato para proteger a los cajeros y enviaron calcomanías de distanciamiento social para poner en los pisos”, dice.

A principios de este año, Williams se unió al movimiento Fight for $15, dirigido por el Sindicato Internacional de Empleados de Servicio, (SEIU por sus siglas en inglés), para aumentar el salario mínimo. “Los empleadores deben respetarnos, protegernos y pagarnos. Al comienzo de la pandemia, [McDonald's] nos ofreció comida gratis, pero fue de poca duración”, dice. “Si alguien se queja, ellos piensan que pueden despedirte y contratar a otra persona al día siguiente”.

Williams se preocupa constantemente por la exposición al virus. “Oro todos los días antes de ir a trabajar”, ​​dice. Pero no se detiene en la oración. “También me hago la prueba del virus semanalmente. Tengo una cita permanente, porque estoy con el público todos los días, tocando la comida de la gente, tocando el dinero. Simplemente no puedo arriesgarme”, dice Williams. “Quiero detectarlo de inmediato y no exponer a nadie. No debería tener que pasar por esto, pero tengo que hacerlo”.


Charles Gholston, Illinois

“Tengo que colarme por la puerta que está en la entrada para vehículos cuando regreso del trabajo. Voy directamente al baño, me desnudo y me ducho, y pongo mi uniforme en una bolsa de basura para que lo laven; con un letrero que dice no tocar, manténgase alejado”, dice Charles Gholston, un conserje de una escuela pública, mientras trata de poner a dormir a su hija de un año (ella no quiere irse a dormir).

“No puedo evadir esa rutina, porque tengo hijas. Tan pronto como me ven, dicen: “¡Papá! ¡Papito! ¡Papá! Quieren saltar sobre mí”, dice. Tiene 34 años y es padre de cuatro, trabaja para un servicio de conserjería de propiedad familiar, Total Facility Maintenance, empresa contratada por las Escuelas Públicas de Chicago (CPS), el tercer distrito escolar más grande del país.

Gholston ha limpiado las escuelas de la ciudad durante los últimos cinco años, los dos últimos los pasó en la Escuela Primaria Ryder Math & Science Specialty, ubicada en el vecindario South Side de Auburn Gresham.

Gholston no ha faltado ni un solo día al trabajo desde marzo. Pero cuando Illinois cerró sus escuelas y envió a los niños a casa para el aprendizaje remoto, se sintió más seguro con sólo el personal en el edificio. El miembro de SEIU no tiene más que elogios para su empleador, que inmediatamente agregó un aumento temporal del 55 por ciento a su salario anterior de $18.24 por hora. Pero ese pago por riesgo en el trabajo terminó en junio.

“Cuando nos confinaron, todo sucedió tan repentina e inesperadamente. Cuando CPS tardó en traernos máscaras faciales adecuadas, nuestro director salió y compró máscaras y termómetros para la escuela”, dice Gholston. “Tengo una buena familia laboral. De repente te das cuenta de que todas las personas con las que trabajas codo a codo juegan un papel en tu seguridad. Todos mantienen sus máscaras faciales. Todos nos protegemos unos a otros”.

Gholston y su esposa, Jessica Walker, poseen una casa en Crestwood, un suburbio al suroeste de la ciudad. Walker es asistente de maestra de CPS y, como muchos educadores, trabaja desde casa y al mismo tiempo supervisa la educación de sus propios hijos. Su esposo sale de la casa a las 4:30 a.m. para sus turnos de 6 a.m. a 2:30 p.m. Después de llegar a la escuela, abre las puertas para todos, agarra el carrito del armario del conserje y limpia poco a poco todo el primer piso. El segundo y tercer piso pertenecen a otros dos conserjes.

“Vendí coches durante unos 10 años. Durante tres años fui conductor de montacargas certificado, durante dos años fui conductor de UPS y almacenista nocturno en Jewel-Osco por aproximadamente un año”, relata Gholston sobre su trayectoria antes de seguir a su madre, Darlene Brown, a la industria de la limpieza. Ella se jubiló el año pasado después de trabajar para Total Facility Maintenance durante 23 años.

“Acepté este trabajo por múltiples razones. Sí, tiene mucho que ver con el cuidado de mis hijos, pero también siento que estoy haciendo una diferencia”, dice. “Mi trabajo no se limita a ser conserje. Va más allá, a ser un hermano mayor o mentor de estos niños. Puedes hacer la diferencia en la vida de un niño con sólo un ‘Hola. Va a ser un gran día. ¡Lo tienes! Lo estás haciendo bien'. Ese niño que necesita un buen consejo puede ser el próximo presidente”.

Pero a este conserje todavía le preocupa el aumento de los casos de COVID-19 en Chicago, y lo que significa para él y para todos los niños en su vida. Los negros y otras personas de color lo han contraído y mueren por esta enfermedad respiratoria a tasas desproporcionadas, una consecuencia que los epidemiólogos atribuyen a las inequidades en salud, incluida la exposición a la contaminación del aire y el racismo estructural que subyace en los patrones de vivienda y trabajo. Los trabajadores de color están sobrerrepresentados en las industrias de servicios que se consideran esenciales, industrias sin opciones para el distanciamiento social o el trabajo remoto. Según el Centro de Investigaciones Económicas y Políticas (CEPR por sus siglas en inglés), los empleados negros representaban el 12 por ciento de la fuerza laboral total de EE. UU. en abril, pero comprendían el 17 por ciento de los trabajadores de primera línea.

“Me cuestiono diariamente, porque estoy arriesgando mi vida cada vez que salgo de mi casa”, dice Gholston. “Todo lo que puedo hacer es protegerme con PPE”.

En enero, las escuelas públicas de Chicago reabrirán por etapas, y Gholston tiene que tomar una decisión: enviar a sus hijas de regreso a la escuela, dos de ellas al mismo edificio que él limpia. Dice que optará por el aprendizaje a distancia.

“Quiero asegurarme de que todos estemos bajo la misma agenda de asegurar que los niños estén protegidos y seguros. Siento que con todo lo que está sucediendo, ahora no es el momento de enviar a estos niños de regreso a estos edificios. Una vez que vea cómo nos estamos comportando, con suerte, como si estuviéramos en una pandemia, sería más probable que envíe de nuevo a mis hijos a la escuela”, dice Gholston.

“En cuanto al trabajo, estoy en el frente. Estaré aquí”.


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